lunes, 11 de julio de 2022

EL PARQUE MARÍA LUISA Y LA EXPOSICIÓN IBEROAMERICANA (Prólogo)

 


Juan José Cabrero Nieves

Desde casi que, en 1909, el comandante de Ingenieros Luis Rodríguez Caso, en la antigua Capitanía General de Sevilla, lanzara la idea de celebrar en esta ciudad una Exposición Hispano Americana, el Parque de María Luisa, esa zona ajardinada donada por la infanta María Luisa Fernanda a Sevilla en 1893, se convertiría en el epicentro de la futura muestra Iberoamericana que se celebraría veinte años después.

También, y desde un principio, el Comité de la Exposición estableció que este lugar se convertiría en un espacio de esparcimiento para los visitantes, incorporándose los terrenos circundantes de El Prado de San Sebastián, Huerta de Mariana, y los Jardines de San Telmo y de la Delicias de Arjona, en los lugares que albergarían los pabellones representativos de los países americanos.

Pero este jardín que, a principios del siglo XX, estaba abandonado, tenía que lucir como una atracción más de la muestra sevillana, y así se contrató a Jean Claude Nicolás Forestier, paisajista francés encargado de los jardines y parques de París, para que diseñara y ordenara este lugar, para lo cual bebió de las esencias de los jardines históricos españoles como los del Generalife, Alcázar sevillano, El Retiro y de algunos palacios y casas andaluzas; mantuvo alguno de los diseños románticos de Lecolant, el antiguo jardinero de los duques de Montpensier, incorporando algunas pinceladas de paisajismo inglés, con pequeñas praderas verdes, y jardines franceses.

Apoyándose en un eje norte sur, que discurría desde el Monte Gurugú hasta el Estanque de los Lotos, pasando por las Fuentes de los Leones y de las Ranas, y el Estanque de los Patos, en el mismo corazón del Parque, reproducía un camino de agua, donde fuentes y surtidores con su frescor y murmullo hacían las delicias de los paseantes.

Cuando el 18 de abril de 1914, este nuevo parque renovado e inventado por Forestier abrió sus puertas al pueblo sevillano, en plena Feria de Abril, el público quedó rendido ante la magia de los vericuetos y pequeñas glorietas, tan intimistas y tan dadas a la ensoñación y al deleite. Convertido el Parque de María Luisa, en vergel y lugar de esparcimiento de los visitantes a la Exposición, y que por las noches se transformaba debido a unas maravillosas iluminaciones artísticas, se convertía en un sueño de “Las mil y una noches”, según algunos cronistas. Para la Exposición, le fueron incorporados los terrenos adyacentes, que también se contagiaron del encanto de éste; así la Plaza de América con sus tres pabellones historicistas Mudéjar, Renacimiento y Real, nos envuelve con su encanto con sabor Art’ Decó, de sus altas columnas coronadas por victorias aladas y sus guirnaldas de lámparas encerradas en esferas de cristal.

La Plaza de España, situada en el aledaño Prado de San Sebastián, es el santo y seña de la Exposición Iberoamericana y logotipo de ella, siendo el resultado de una serie de proyectos que culminaron con este conjunto de edificios, la construcción más imponente del siglo XX, solo comprable con la Catedral, el Hospital de la Sangre, hoy Parlamento de Andalucía, y la Fábrica de Tabacos, sede de la Universidad hispalense. En esta plaza, abrazo español a América, su creador, Aníbal González, le confirió la mayor riqueza que Sevilla pudo dar a sus hermanas provincias españolas, representadas en sus bancos, como era la maestría de los oficios artesanales, aquí el barro se convierte en ladrillo tallado como si de madera se tratara, el mármol blanco de sus columnas contrastando con el rojizo de los ladrillos, el arte de la forja en sus herrajes y del carpintero en los artesonados, y la cerámica vidriada con sus múltiples colores, toda una panoplia de sensaciones visuales, que también conectan con el espíritu sevillano.

En el recoleto Jardín de San Telmo se concentró lo más granado de los pabellones americanos, aquí podemos ver en poco espacio los imponentes del Perú y Chile uno como muestra del neo-indigenismo y el otro de los accidentes orográficos de una nación. También los de Uruguay y Estado Unidos, y como no el Teatro Lope de Vega y el Casino, el regalo que el Comité de la Exposición hizo a la ciudad, con su belleza y delicada decoración.

Y en los Jardines de las Delicias de Arjona, otra serie de pabellones americanos, como el de Guatemala, y los de Argentina y Colombia. El primero diseñado por un arquitecto, Martín San Noel, que quiso fundir el arte de la pampa con el español, diseñando una fachada que es un auténtico retablo barroco; y el indigenismo del de Colombia, en el que Rómulo Rozo decoró con esculturas y relieves, que nos retrotrae a las culturas precolombinas, con diosas y seres mitológicos que hunden sus raíces en el nacimiento del género humano.

En definitiva, el Parque de María Luisa es un jardín que, transformado en obra de arte, exalta el espíritu sevillano y que, con el transcurso de los años, ha ido legando a la ciudad su carácter y la ciudad ha reflejado en él su espíritu romántico; produciéndose una simbiosis tal, que decir Parque de María Luisa equivale a decir Sevilla.

Juan José Cabrero Nieves es un gran investigador sobre la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1929, y sus investigaciones las tiene publicadas en el Blog: Exposición Ibero-Americana de Sevilla

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